jueves, 15 de julio de 2010

Estampas de la Sierra de San Pedro. Elanio azul

Víctima de la seca, la vieja encina se yergue como mano huesuda y gigantesca; esqueleto convertido en faro guía para tantos. Y en el extremo más fino blanca bandera de ojos rojos nos observa, desafiante, como un insulto al mimetismo de la estepa. Ondea más que vuela y paraliza al viento con sus alas para dejarse caer en auxilio del rastrojo. Absorto el topillo se axfisia dolorido mientras ve alejarse el suelo de sus patas, apéndices inútiles al aire. Ahora la noble encina (noble hasta en la muerte) ofrece su robustez marchita; mesa de banquete.


A pesar de su sedentarísmo, parece que la enorme dependencia de sus principales presas, topilllos y ratones, están detrás de las apariciones y desapariciones de los elanios en una zona determinada. Yo he podido seguir y fotografiar durante tres años dos parejas en una zona que desaparecieron repentinamente y no han vuelto a aparecer salvo ocasiones esporádicas de avistamiento de un solo individuo.


Elanio joven. Notese el blanco de las puntas de las plumas del dorso, que dan aspecto de "escamado", así como los tonos salmón del pecho. Estas son las principales diferencias con los adultos.

Este elanio llegó con un roedor entre sus garras, como tantas veces, procedente de un sembrado cercano. Las zonas de siembra suelen ser adyacentes a sus emplazamientos para anidar.




Era una brasa encendida
mirando la primavera,
era una blanca bandera
sobrevolando la vida.

Era sobre la pradera,
en el ocaso dormida,
una cometa prendida
entre nubes; el aire era.

Ya planeando o batiendo,
cerniéndose o remontando,
haciendo mil filigranas.

Iba yo en sueños, durmiendo
leve a su lado, silbando,
como dos almas hermanas.