miércoles, 9 de marzo de 2011

Águila real

Aun con los días reducidos y preñados con los azules del invierno, el corazón valiente de la reina arde en su atalaya rocosa, barrunta primavera que incipiente asoma en los brotes del sauce. Probablemente ya visite de cuando en cuando la vieja plataforma que desde hace años cobija su futuro, resguardada en el firme alcornoque a la umbría de la portilla.

Sabiendo yo de su querencia por el risco decidí ofrecerle un suculento y fácil bocado que días atrás el cementerio lineal de la carretera me había proporcionado.

La insinuada luz del amanecer encontró el cuerpo inerte del lagomorfo ofreciéndose como una herida abierta a la ladera. En el interior del escondite un auricular de la radio me susurraba al oído las nuevas noticias del día, que bien podían ser de ayer o de mañana; crisis, corrupción, conflicto bélico,…(nada nuevo). Mientras por el otro pabellón auditivo me llegaba el sonido de la vida; la algarabía de los rabilargos, silbidos de estorninos, sonido de esquilas y balidos de mansos rumiantes, alguna curruca incrustada en la maraña vegetal circundante,... Mirando a mi derecha, hacia el balcón que la orografía trazó en ese punto, pude contemplar el ballet de los buitres cicleando en el valle. Mi inusual punto de vista por la altura me mostraba sus espaldas, ocres y negras cometas sincronizadas en el circulo aéreo. Y pensé: ¡quién fuera buitre sobrevolando los alcores que diviso!

Entrada la mañana un grupo de cuervos descubrió con asombro el regalo que de inmediato alborozados aceptaron . Y cuando más a gusto se daban al yantar, no sin mirar al cielo de reojo sabedores de quién manda en él, apareció desde detrás de la peña la reina poderosa reclamando su pertenencia con un graznido que desconcertó a los córvidos mientras huían despavoridos. Con el tren de aterrizaje extendido, amenazante mostrando toda su fiereza, se dejó caer levemente sobre el almuerzo inesperado, al tiempo que dirigía una mirada inquisitiva al oscuro amasijo de jaras y cantuesos que me ocultaba de su vista. Y a partir de ese momento ya no hubo palabras, ni siquiera pensamientos, solo fotos, nervios y sonrisas de gratitud hacia los dioses de los espacios abiertos.




Ocasionalmente las Águilas reales son carroñeras, por lo que entran sin dificultad a un cebo muerto.



Tener dos ejemplares de estas poderosas aves al alcance del objetivo es todo un lujo pocas veces repetido.



En ocasiones (en mi caso pocas) la suerte se alía con el fotógrafo. Cuando el águila arrancó el conejo de su ubicación original, este cayó sobre una cornisa con un fondo más descriptivo y cálido que el primero.



Primer plano de Águila real, en este caso un ejemplar de cetrería.



Al marchar con la presa entre sus garras en este fotograma se pueden ver sus hermosos dominios en la Sierra de San Pedro. Y mientras se aleja, al fotógrafo solo le queda dar las gracias y esperar repetir suerte.