jueves, 8 de diciembre de 2011
Niebla
lunes, 21 de noviembre de 2011
sábado, 12 de noviembre de 2011
Las Grullas, recurso turístico en Extremadura
sábado, 1 de octubre de 2011
La berrea del ciervo, espectáculo descafeinado.
La sierra hace gala de todas sus criaturas con orgullo protector de madre variopinta. Ofrece abrigo el monte a quien lo necesite, incluso a los señores de ósea cornamenta que pasean su porte por la sierra de San Pedro, ya huérfana de lobos permanentes. Pero otra vez el hombre aspira a pastorear lo salvaje a su capricho. Agoniza el verano y arde la cañada de ungulados amores. Se entonan cantos de guerra y la sierra de San Pedro rompe en gemidos de coros enamorados. Savia nueva brotará de la batalla y en primavera, cuando la jara vista de blanco y el cantueso de violeta, habrá ojos grandes, cristalinos, entre brezos y madroños, mirando con asombro la silueta del buitre en las alturas.
domingo, 28 de agosto de 2011
La fastidiosa y fascinante membrana nictitante
Elanio azul (elanus caeruleus)
Proteger las ventanas donde la luz aflora, viaja y se transforma en paisajes acuosos, cortina transparente, visillo protector de intimidades, velo fascinante que nubla solamente lo necesario.
¡Cuantos momentos únicos sin prueba por tu culpa, por correr tu frontera membranosa entre el observador y lo que observa justo en ese instante, para mi fastidio!
Recuerdo los versos de don Antonio Machado:
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
Ciertamente; Me resigno.
En estas dos tomas se puede observar como el Águila calzada pone en marcha este mecanísmo cuando es atacada por el intrepido Alcaudón común mientras se alimenta. Justo en el momento en que se aproxima a ella es cuando la membrana nictitante se interpone entre el atacante por si alcanzase un ojo en el ataque; que tratándose de un valiente Alcaudón todo es posible.
lunes, 8 de agosto de 2011
El Cortijo de las Costeras
Silba el pastor zurrón al hombro entre tanto mordisquea un “moteco” de pan con queso. La garrota colgada del brazo, camina lento observando el rebaño tendido sobre el valle de Canito.
Silba el pastor, y al hacerlo levanta la cabeza el noble mastín tumbado a los pies de la retama y otea el horizonte con sus ojos tristes. “–Todo en calma, -parece pensar el cánido-, el silbido es de sosiego, nada que ver con los furibundos alaridos y los silbidos azuzadores que incitan a la batalla con el “enemigo”, cuando en la noche baja entre Cotadilla y La Mula desde el Millarón, entonces, encomendándose a la carlanca, toca ganarse el diario cuenco de suero con pan duro”-. Y baja de nuevo la cabeza dándose a la modorra.
Silba el pastor, y al hacerlo el “perro carea” peludo y nervioso, de raza indefinida, no puede evitar mirarlo a la espera de una señal para hacer aquello que más le gusta, correr tras las ovejas y volver las rezagadas, orientar el rebaño en nueva dirección y volver junto al amo como una sombra de este jadeante tras el esfuerzo.
Silba el pastor de regreso a la majada, y al entrar en el aprísco asegura con tesón cancillas y zapatas. Esta noche hay luna llena y manda la prudencia estar prevenido para el lobo.
No hace más de treinta años, y durante muchos atrás, el cortijo fue testigo diario de escenas como la anteriormente descrita. Hoy todo cambió. Ya no hay mastines con carlancas porque no hay lobos en San Pedro. Quizá algún día…. Tampoco hay pastoreo, terminó con él la valla metálica; el alambre de las cercas, y diezmó a los pastores reduciéndolos a la mínima expresión y casi desnudando a la palabra del calificativo de oficio. Se abandonaron las majadas, algún cercado de piedras derruido lo atestigua. En su lugar el ganado vacuno, de subvención generosa y parco en exigencias, pasea sus colores ocres, blancos y negros por los cerros despoblados.
También el cortijo sufrió el abandono y el tiempo con su maza lenta y eficaz derribó los tejados de las dependencias traseras, las cuadras, el pajar y la cocina matancera. En cambio el tejado principal resiste herido las inclemencias y el paso de los días.
Y donde otrora hubo vida y trajín de hombres y mujeres hoy otras vidas medran y pululan. La vida surge siempre lenta, milagrosa, inevitable en los resquicios del olvido.
Una veintena de nidos de Cigüeña blanca florecen cada primavera en los tejados ruinosos, y más de diez parejas de Cernícalo primilla procrean bajo las desordenadas tejas junto a alguna de Cernícalo vulgar, Estorninos, Gorriones, Palomas y Abubillas.
En primavera el cortijo se engalana de colores y gorjeos varios, y recuerda que fue concebido para sustento y cobijo vital, -aunque ciertamente para otros moradores-, en el cerro de Las Costeras, junto a Canito, ese regato desnudo, casi impúber, que sueña ser río algún día y juega a serlo en los meses invernales.
Abandonados como él hay muchos cortijos en Extremadura y junto a ellos majadas, chozos, bojíos y demás construcciones tradicionales derruidas o desaparecidas, testigos mudos de otro tiempo que, aunque pueda parecer lejano, no fue más que antes de ayer.