Peinada la tierra por el arado otoñal, abierta la palma a golpe de besana
recibe la primavera oxigenándose al sol. Aquí y allá salta de ”tomba”(1) en tomba
la Collalba rubia. Se enamoró del barbecho una vez y procura volver a su manto
cada primavera. Allí encuentra el manjar diario de larvas variopintas, cuna
fértil de lo diminuto poblada de ootecas. También para la Collalba será tálamo
y cuna. Alojada bajo el túmulo terroso de la tomba extremeña, discreta, incuba
y espera. O quizá bajo la piedra que en desordenada hilera sugiere el trazado
de la antigua pared. Hoy aspira sin éxito a limitar el barbecho del barbecho
vecino. Los dos componen el edén donde
la Collalba rubia traerá su futuro. Ojalá nunca falte una Collalba rubia
en cada barbecho. Ojalá nunca falte un barbecho para cada “Peñata”(2).
Nombres vernáculos:
(1) Tomba; porción de tierra compacta y de tamaño variable que suelen quedar tras las tareas de labranza al voltear la tierra con el arado.
(2) Peñata; Collalba rubia.
La primera foto muestra a un macho de Collalba rubia y en esta es la hembra la protagonista, en ambas con San Vicente de Alcántara al fondo.
Y así se hicieron; cámara reflex montada en tripode y accionada por control remoto desde aguardo.
El resto están hechas desde el mismo aguardo pero con lente 70/400 mm.
Macho
Macho
Macho
Hembra
Macho
Macho
Dos morfos se dan en las Collalbas rubias, ambos solo diferenciados en los machos, ya que las hembras son más apagadas y discretas de plumaje. La diferencia estriba en el color de la garganta, en unos machos, como el de la foto superior, es blanco mostrando solo negro el antifaz de la cara, y en otros, como en el de la inferior, es negro; y en estos el antifaz y la garganta se funden en una mancha negra uniforme.