Silba el pastor zurrón al hombro entre tanto mordisquea un “moteco” de pan con queso. La garrota colgada del brazo, camina lento observando el rebaño tendido sobre el valle de Canito.
Silba el pastor, y al hacerlo levanta la cabeza el noble mastín tumbado a los pies de la retama y otea el horizonte con sus ojos tristes. “–Todo en calma, -parece pensar el cánido-, el silbido es de sosiego, nada que ver con los furibundos alaridos y los silbidos azuzadores que incitan a la batalla con el “enemigo”, cuando en la noche baja entre Cotadilla y La Mula desde el Millarón, entonces, encomendándose a la carlanca, toca ganarse el diario cuenco de suero con pan duro”-. Y baja de nuevo la cabeza dándose a la modorra.
Silba el pastor, y al hacerlo el “perro carea” peludo y nervioso, de raza indefinida, no puede evitar mirarlo a la espera de una señal para hacer aquello que más le gusta, correr tras las ovejas y volver las rezagadas, orientar el rebaño en nueva dirección y volver junto al amo como una sombra de este jadeante tras el esfuerzo.
Silba el pastor de regreso a la majada, y al entrar en el aprísco asegura con tesón cancillas y zapatas. Esta noche hay luna llena y manda la prudencia estar prevenido para el lobo.
No hace más de treinta años, y durante muchos atrás, el cortijo fue testigo diario de escenas como la anteriormente descrita. Hoy todo cambió. Ya no hay mastines con carlancas porque no hay lobos en San Pedro. Quizá algún día…. Tampoco hay pastoreo, terminó con él la valla metálica; el alambre de las cercas, y diezmó a los pastores reduciéndolos a la mínima expresión y casi desnudando a la palabra del calificativo de oficio. Se abandonaron las majadas, algún cercado de piedras derruido lo atestigua. En su lugar el ganado vacuno, de subvención generosa y parco en exigencias, pasea sus colores ocres, blancos y negros por los cerros despoblados.
También el cortijo sufrió el abandono y el tiempo con su maza lenta y eficaz derribó los tejados de las dependencias traseras, las cuadras, el pajar y la cocina matancera. En cambio el tejado principal resiste herido las inclemencias y el paso de los días.
Y donde otrora hubo vida y trajín de hombres y mujeres hoy otras vidas medran y pululan. La vida surge siempre lenta, milagrosa, inevitable en los resquicios del olvido.
Una veintena de nidos de Cigüeña blanca florecen cada primavera en los tejados ruinosos, y más de diez parejas de Cernícalo primilla procrean bajo las desordenadas tejas junto a alguna de Cernícalo vulgar, Estorninos, Gorriones, Palomas y Abubillas.
Cópula de Cernícalos primillas sobre el tejado. Bien mereciera el cortijo de las Costeras en honor a estas rapaces ser declarado ZEPA, (Zona de Especial Protección de Aves), como lo es la iglesia de San Vicente de Alcántara, a escasos 4 km. Esta ZEPA solo acoge dos o tres parejas tras la instalación de un nuevo tejado en el que no se tuvo en cuenta a sus moradores. Muy probablemente varias de las parejas que albergaba se han desplazado hasta este cortijo.
Estorninos negros, habituales inquilinos.
Una pareja al menos de vistosas Carracas ocupan algunos de los muchos huecos disponibles.
En primavera el cortijo se engalana de colores y gorjeos varios, y recuerda que fue concebido para sustento y cobijo vital, -aunque ciertamente para otros moradores-, en el cerro de Las Costeras, junto a Canito, ese regato desnudo, casi impúber, que sueña ser río algún día y juega a serlo en los meses invernales.
Abandonados como él hay muchos cortijos en Extremadura y junto a ellos majadas, chozos, bojíos y demás construcciones tradicionales derruidas o desaparecidas, testigos mudos de otro tiempo que, aunque pueda parecer lejano, no fue más que antes de ayer.