Presentación

Este espacio pretende ser una modesta ventana que muestre, siquiera minimamente, la grandiosidad de la naturaleza extremeña, una naturaleza exuberante, pletórica, agreste y, en ocasiones, única. Aquí la fotografía, el dibujo y la palabra quieren ser un pincel que abocete el alma de lo vivo. Y será en el entorno de la Sierra de San Pedro donde la luz y el color tracen sus contornos.

sábado, 7 de mayo de 2011

Águila calzada

La pequeña matadora luce en la dehesa su librea, y sobre su particular jardín busca el sustento sobrevolando el encinar a baja altura. De pelo, pluma o escama, la diversidad de presas se multiplica por estos pagos amables hasta la saturación, diversificando la vida por sus entretelas. Y en la Sierra de San Pedro es por mayo, ese mes que irrumpe verde y se marcha amarillento, cuando el esplendor se desparrama, el color explota a borbotones y todo hijo de vecino, animal o vegetal, propaga genes para contribuir al milagro. Sabe la calzada de la bondad del entorno y por eso aquí tolera proximidades competidoras sin pasar del gesto amenazante del píleo erizado. A pesar de su dieta, también ella aporta su granito a la vida con mayúsculas sobre el estoico alcornoque.



Como en casi todas las rapaces suele ser el macho de la pareja el encargado de cazar, en este caso un hermoso individuo de morfo oscuro.



Tras comer el macho un poco acude la hembra, esta si del color mayoritario en la especie, a reclamar su parte y se produce el intercambio de la presa.



De esta guisa protege la calzada su comida cuando sobrevuela alguna rapaz que pudiera arrebatársela. Milanos negros, azores y ratoneros suelen ser vecinos suyos con los que en ocasiones intercambian nidos de diversas temporadas.



En estas sesiones del año 2010 la distancia llegó a ser increíblemente corta como se aprecia en este retrato originariamente en horizontal y que he "verticalizado" para la ocasión.



Llevándose los restos camino del nido.



El aseo después del desayuno lo hacía en una rama a un metro escaso del suelo frente al hide, señal de tranquilidad y confianza absoluta hacia el mismo. En ocasiones así el fotógrafo, si además de ser fotógrafo es naturalista, disfruta doblemente, pues solo la presencia y observación de esta bella rapaz a escasos seis metros acicalándose sin recelo alguno merece lo vivido en la estrechez de los 90 cm cúbicos del hide, y procede dar las gracias a la pequeña matadora por permitirme tal lujo.