La flecha azul del río rauda y menuda, se deja oir mientras surca el viento hacia la percha del aliso o del chopo; del irritante majuelo o de la voluptuosa piedra recostada sobre el lecho de la corriente cristalina; cristalina por ahora. Azul como el agua se cierne y se desploma, impacta y regresa al punto de partida; rápido, siempre rápido. Esta vez el claro y resbaladizo vientre del jarabugo se agita en vano en la mortal saeta. Se zambulle de nuevo y vuelve; y se zambulle otra vez, y otra vez rápido se aleja corriente arriba. Parece tener prisa de vivir antes de que la vida abandone el río, la charca o la rivera trocados en cloacas. (Nos queda la rivera de Alcorneo extrañamente pura)
Pocas especies de nuestra ornitofauna nos harán disfrutar tanto a la hora de fotografiarlas. Un simple posadero, natural o colocado al efecto, será suficiente para atraer a nuestro colorido protagonista.
Y en pocas especies se agradece tanto una luz adecuada, como la del atardecer o el amanecer, para sacar partido al sensor de nuestra cámara y descubrir la belleza de su librea, cambiante como la luz que lo ilumina.