Se va la mirada al fondo del
paisaje, y aunque en la altura destaca, no es la altura la que atrae la mirada
ni los pasos. Aunque tuvo fortaleza
coronando su roma y azulada testa, hoy tan solo unas pocas piedras en
desordenados cimientos derruidos atestiguan aquel hecho diluido en el tiempo.
¡El tiempo!, él se encargó con paso lento y sin prisas de devolverle su perfil
originario de pico, cerro grande, almena oronda que luego fue refugio de miliciano y atalaya de bandolero, y siempre del
buitre que lo ronda a diario y a diario adorna sus cornisas, gárgolas vivientes
sobre el perfil de la sierra.
También fue refugio de lobo
cuando el lobo aun mandaba en la sierra de San Pedro, demasiada arrogancia para
la arrogancia del eterno enemigo, que consiguió desterrarlo hace al menos tres
décadas de aquellos riscos que fueron su morada.
Muchas veces mis pasos hollaron
sus laderas, jadeante el pecho, exigiendo aire los pulmones en el último
trecho, quizá el mejor aire que bebieron nunca y al que acudo de tarde en tarde
como si de golosina dependiente se tratara. Más de una vez dormí sobre la cima,
y aunque la compañía siempre fue grata, mejoró en el escenario, un escenario
alzado hasta el techo de San Pedro desde el cual se ven, oscilantes en la negrura de la sierra,
las luces de varias poblaciones en los cuatro puntos cardinales, destacando por conspicua la
lusitana Marvao hacia el oeste. Allí vi la mayor corona de estrellas que me
cubrió nunca, durmiendo con la mirada puesta en la inmensidad del cielo
nocturno; también lo hice envuelto entre la bruma grisácea de la niebla que en la cumbre avanzaba espesa entre el follaje, e incluso bajo la
lluvia constante de una noche de septiembre, tormentosa noche que anunciaba el
otoño mientras en el valle tronaba otra tormenta; la berrea.
Es su altivez, que no su altura,
lo que atrae la mirada hacia el Torrico.
Panorámica del Torrico al amanecer
La amenaza de la tormenta y los rayos furtivos envuelven su contorno de pecho femenino
Ciervos a sus pies en la berrea.
Atardecer
La silueta de los buitres son perennes en las faldas del Torrico.
Mar de nubes vistas desde el Torrico.
Desde sus 702 metros la mirada rebosa dehesas y horizonte.
Gama de azules, verdes y morados tras la puesta de sol.
Contemplar los vuelos nupciales del Águila imperial por encima de los protagonistas es una experiencia inolvidable.
Vistas de nuestro protagonista desde el Morrón del Cotarro en primavera, y el valle de Sierra Lugar entre ambas cuchillas.
Desde lo alto, dos Buitres leonados planean quedamente sobre el azul atmosférico del paisaje de enero.
Un rebaño de merinas pace en la dehesa con el Torrico al fondo.
Estampa de amanecer
Arden las nubes del saliente,
se despierta el sol en son de
guerra
en este rincón de Extremadura.
Recorta la luz sobre la sierra
el Torrico como punzante diente
reinando en su agreste dentadura.